
Por si aún no lo habíais notado, otra de mis aficiones son los refranes, fruto de la sabiduría popular acumulada durante generaciones. El que ha inspirado el título de esta entrada es de sobras conocido y no necesita de mucha explicación: significa que hay que ser prudente y arriesgar lo menos posible. Pues la verdad es que no puedo decir que en el último fin de semana lo haya aplicado, ni en el sentido figurado de la frase ni en el estricto propiamente dicho.

Tras muchos saludos, charlas y bromas, nos vamos al arco de salida. Cuando ésta se produce, todos salen muy fuertes, trato de no acelerarme demasiado y guardar energías para el final, en parte lo conseguí. En el primer kilómetro hay que andar con mucho cuidado por las calles del centro, estrechas y con adoquines, subiendo y bajando las aceras con mil ojos. Ya en el segundo vamos bajando por calles más anchas, donde algunos recortaron por las aceras en las curvas. A mí en cambio, en un giro de casi 180º a la derecha, me toca hacer un puñado de metros de propina rodeando a un más orondo que despistado peatón (y ya es decir) que trata de cruzar por enmedio de los corredores cuando estamos con la quinta marcha metida y sin reductora.

La segunda vuelta comienza de forma bastante más tranquila, sin el apelotonamiento inicial las calles del centro son mucho más cómodas. Cuando llego de nuevo al paseo marítimo bajo otro pequeño peldaño y empiezo a ir por encima de 4'20". Ni siquiera cuando pasado el Km. 7 escucho cantar el gol de España me vengo arriba, sólo en los últimos 500 metros soy capaz de esprintar un poco y entro en meta en 36:18, a una media final de 4'17". Muy contento con el resultado, si hubiera tenido más fuelle en los dos últimos kilómetros hubiera bajado de 36 minutos, ya hubiera sido de sobresaliente. La organización estuvo perfecta, el traslado de la entrega de dorsales y el guardarropa a la plaza ha sido un gran acierto, y se agradece la entrega de un bonito polo cuando ya tenemos una colección excesiva de camisetas.
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¿MR PROPPER, DON LIMPIO O PIER LUIGGI COLLINA? |
A la mañana siguiente, con poco tiempo para descansar, a levantarse temprano para afrontar la segunda prueba del fin de semana, el I Acuatlón de San Fernando. Debido a la curiosa costumbre gaditana de que cualquier persona, alimento, objeto o lugar suele tener un nombre oficial y otro popular, resulta que la playa de Camposoto se llama en realidad Playa del Castillo. Ello nos causó a Pilar y a mí un poco de confusión para encontrar el lugar de la prueba, pero al final lo conseguimos, orientados por amables ciudadanos "cañaillas" (el gentilicio oficioso de los isleños).
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DE ÉSTAS AÚN NO HE PARTICIPADO EN NINGUNA, PERO NUNCA SE SABE... |
Como era de esperar, los primeros metros la mayoría de los acuatletas salen en tromba. Trato de no dejarme llevar por la estampida, sé que no es el ritmo que puedo mantener y menos habiendo corrido el día anterior. Logro controlarme e ir a un ritmo exigente pero a mi alcance de algo más de 4 minutos el kilómetro. Cuando llegamos al cono de giro me entretengo en contar cuántos llevo por delante, y calculo que son unos 51. En la vuelta bajo un poco el ritmo, aun así adelanto a tres y sólo soy adelantado por uno.

Al llegar a la T1 protagonizo el momento globero del día: aunque paro un poco a recuperar el fuelle, tengo un despiste monumental del que no me doy cuenta hasta llegar a la orilla: ¡NO ME HE QUITADO LOS CALCETINES! Con las prisas del momento, pienso que nadar con ellos, aparte de ser un estorbo, con el reglamento en la mano es una infracción y no estaría permitido, y ni corto ni perezoso, ¡cojo, me los quito y los dejo tirados en la orilla! Evidentemente, éso también es motivo de descalificación, menos mal que los jueces fueron indulgentes con pardillos como yo y como algún otro que le pasó algo parecido con el dorsal. Luego en frío pensé que me los podría haber guardado en los bolsillos del trimono, pero en ese momento no se me ocurrió.

Dejando a un lado las escenas más propias de una película de Los Hermanos Marx o de Berlanga y volviendo al deporte, cuando empiezo a nadar noto como es lógico que al principio me cuesta más llevar una velocidad acorde con mis entrenamientos por el déficit de aire que aún tenía. Ya llegando a la primera boya empiezo a deslizar mejor, y desde la segunda boya a la orilla aprieto todo lo que puedo. Salgo del agua pensando que habré perdido bastantes posiciones, pero luego pude comprobar que tampoco fue para tanto.
Camino de la T2 sigo "dando la nota", parece que el que había estado de juerga la noche anterior era yo: hay una única fila de conos para dirigirnos hacia los boxes, y con las gafas recién quitadas no me aclaro si tengo que ir por la derecha o por la izquierda, así que por un momento parece que estoy sacándome el carnet de conducir motos y voy haciendo eses entre los conos. Y por si el espectáculo no había sido ya suficiente, cuando voy a salir a correr me indica un juez que se me ha olvidado ponerme el dorsal, así que de vuelta a mi cesta para ponérmelo y poder salir.

Empiezo el segundo sector de carrera un poco asfixiado, pero encuentro el ritmo bueno que puedo mantener sin llegar a "petar del todo". En el tramo de ida quedo empatado: hago un adelantamiento y recibo otro. Al llegar a los conos observo que tampoco he perdido tantas posiciones, ¡y éso que no había salido contento del agua! En el último tramo de vuelta, ya con la lengua fuera y pidiendo la hora, adelanto a otro, llegando a meta voy acercándome a tres más pero no tenía fuerzas para esprintar. Entro muy cerca suya, los tengo a tiro de piedra, sin el popurrí de globerías cometidas muy probablemente los habría alcanzado.
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Y PARECÍA TONTO, FÍJATE... |

Es cuanto menos paradójico que las pruebas rápidas (las de menos de una hora de duración) son en las que mejores resultados obtengo, cuando lo que menos entreno son las series y la velocidad. Me convierto en estos casos en cabeza de ratón (bueno, más bien en patitas delanteras o en ombligo), pero a todos nos motiva crecer aunque por el camino nos llevemos algún que otro traspiés. Así que seguiremos luchando por abandonar la cola del león, sin que eso signifique que no disfrute todas y cada una de las pruebas con independencia del resultado. ¡Carpe Diem!