Continuamos con el repaso a mi primer año competitivo, y lo hacemos en el orden oficial de los tres deportes triatléticos, así que por lo tanto ahora es el turno de la natación. De las tres disciplinas es en la que me veo más limitado, pero paradójicamente la que más satisfacciones me ha dado por los avances conseguidos y por las sensaciones vividas. Mi relación con ella durante muchos años, ha sido de mutua ignorancia, cual si de otrora España y Portugal se tratase. En mi infancia era muy canijillo (tampoco es que ahora sea precisamente un He-Man), y aprendí a nadar lo justo para no ahogarme, mientras envidiaba cómo mis primos Borja y Ana se hinchaban a ganar medallas nadando cada verano (eso sí, sus buenas palizas entrenando que se daban bajo la estricta supervisión de su abuelo).
Con el paso de los años leo artículos ensalzando los beneficios de la natación para la salud: deporte muy completo, sin carga sobre las articulaciones, sin riesgo de deshidratación, etc. Veo también cómo mi hermano Manolo disfruta compitiendo en pruebas populares de aguas abiertas. Me voy concienciando que merece la pena darle una segunda oportunidad. Empiezo en verano a practicar principalmente en piscinas, a aprender a intercalar la respiración entre las brazadas, y compruebo que tampoco es tan difícil como parecía. Cada año voy aumentando el volumen, consigo ser un fondista solvente, si bien con un ritmo muy discreto. Mis comienzos este año en la competición coinciden además con la extensión de los entrenos a todo el año gracias a las piscinas cubiertas.
El día de mi debut en el
Triatlón de Sevilla, me dan un folleto de información sobre el
Desafío Doñana. Cuando lo leo y me fijo en las distancias (169 Km. en bici, 1 Km. de natación y 30 Km. de carrera), lo descarto directamente de mi cabeza, veo aún muy lejos el tener capacidad para afrontar una prueba así. Pero al mes siguiente me llega un e-mail informativo en el que explican además la modalidad de relevos (nadando 2,8 Km. en vez de 1), y eso ya me cuadra mucho mejor: tengo dos compañeros de trabajo muy aficionados también al deporte, Pedro como ciclista (también ha sido triatleta) y Diego como corredor. Les propongo la idea y les gusta, así que decidimos afrontar el reto.
Cada uno por separado dedica los tres meses de verano para entrenarse a conciencia. En mi caso particular, me corresponden 2.800 metros en el río Guadalquivir. La distancia no me asusta demasiado, ya he nadado 2.000 metros seguidos en piscina. Lo que más me inquieta es el nadar en aguas abiertas y las posibilidades de corrientes. Además de entrenar para aumentar el volumen, me propongo también mejorar la técnica y la velocidad. Voy consultando en Internet, y veo que con pequeños cambios se obtienen mejoras significativas. Cronometro los parciales, planifico las cargas semanales, hago un seguimiento de la distancia acumulada... Nunca antes me había tomado los entrenamientos tan en serio.
Quedaba por superar la parte subjetiva del reto: las aguas abiertas. Me dedico a entrenar el nadar hasta las boyas ida y vuelta, luego a nadar de una boya a otra... Poco a poco voy cogiendo confianza y aumentando el tiempo, y lo que antes era miedo e inseguridad ahora es libertad y relajación. No sé si los que lo habéis probado habéis sentido algo parecido, pero esa soledad, ese silencio, el vaivén de las olas en tu cuerpo, meciéndote, acompasar las brazadas a ese rítmico subir y bajar... Sentirte libre y pleno, dueño de ti mismo, a merced del mar pero también capaz de manejarte dentro de él...
Dejo la poesía a un lado y retomo el tema que corresponde, la natación. Noto las mejoras en mi ritmo, aunque tampoco me hagan adelantar mucho en las clasificaciones, en las travesías de
Costa Ballena,
Rota y
Valdelagrana. Estas pruebas me permiten conocer a más buena gente deportista:
Carlos e Irina, corredor él y nadadora ella, muy jóvenes (¡qué envidia no haber empezado antes!), desbordando simpatía e ilusión por todos los poros de sus cuerpos. Por cierto, también tienen
un blog muy majo.
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SUFRIDORAS CONSORTES |
Se acerca el día D, o mejor dicho el día DD (doble D por lo del Desafío Doñana, por si alguien no lo ha pillado). Es inevitable: por mucho que se prepare uno siempre a última hora surgen las dudas y las inseguridades: ¿estaré lo suficientemente preparado? ¿Será la corriente un problema? ¿Hago bien en ir sin neopreno? El día antes llegamos a Sanlúcar para la recogida de dorsales y ver la Expo del Deportista. Esperando a Pedro para que pudiera hacer el check-in de la bici se nos hace tarde para el briefing. El sábado me comen los nervios y la impaciencia esperando mi turno. Me parecen todos los ciclistas iguales, con sus maillots, cascos, gafas de sol... ¡parecen clónicos! Por fin es Pedro el que llega, me pasa el chip para el tobillo, lo llevo puesto un poco flojo, espero que no se lo lleve la corriente. ¡Allá voy!
La suerte nos acompaña a los nadadores no sólo con el sol fuera, sino con una suave brisa del oeste que nos empuja en el primer tramo de ida. Hay bastantes boyas de señalización, no están demasiado lejos entre sí. Hacia el final del primer tramo hay una boya muy escorada hacia la izquierda, desviada del trayecto normal. Los que van delante mía se la saltan, yo voy de legal y la hago. Después de la boya desviada, cuando me dirijo a la siguiente, comienza la confusión: el resto de los nadadores van cada uno para un lado, no hay quien se aclare. No sé si es la última de la ida o la primera de la vuelta. Busco las demás boyas y no se ven. ¿Qué hacer? Decido tirar por la calle de un medio, y nadar directamente de nuevo hacia Sanlúcar. Espero encontrar las boyas y corregir la trayectoria. No tengo ningún nadador cerca de referencia, sigo adelante sin saber si lo estoy haciendo bien o no. Cuando ya estoy cerca otra vez de Sanlúcar, pregunto a una de las barcas de vigilancia si la boya que acabo por fin de localizar es la correcta para girar y empezar el tercer y último tramo, y me confirman que sí. Me dirijo de nuevo a Doñana, el tiempo se me ha pasado muy rápido y apenas tengo sensación de cansancio.
Por fin llego a la orilla, pero uno de los jueces me dice que tengo que girar sobre la bandera y comenzar el segundo tramo de nado. ¡Los giros de ida y vuelta no eran en las boyas, sino saliendo a la orilla y volviendo al agua! Es algo que no estaba bien explicado ni en el folleto ni en el PDF de la web, al faltar al briefing no lo había escuchado y los de las barcas tampoco lo sabían. No me veo cruzando dos veces más el río, debo de llevar entre 2.500 y 2.600 metros y hacer eso sería llegar a los 4.300 metros, no sé si sería capaz, y además puede ser arriesgado, Diego me está esperando para empezar a correr y no quiero dejarlo sin participar.
Mentalmente considero que he hecho más del 90% del recorrido, y la información no ha sido demasiado clara (
enlace al PDF, ved la página 7) Así que le digo al juez que ya era la segunda vez que llegaba a la orilla. Sé que este engaño no es muy correcto y en parte antideportivo, pero estamos en una prueba amateur, no por esto vamos a ganar nada, simplemente la satisfacción de completar cada uno nuestro reto personal, y era injusto que mis compañeros no se sintieran finisher en parte por mi culpa y en parte por la información insuficiente. Quizás alguno critiquéis lo que hice, no os reprocho por ello, pero quería explicar lo que sentí y porqué actué así en ese momento. No tengo sentimiento de culpa, y en la evaluación de la prueba comenté esos errores a la organización para evitar que el año que viene pase algo parecido.
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¡ZENKIU BERI MACH! |
Como conclusión, Diego completó su recorrido, y los tres nos sentimos muy satisfechos de lo que habíamos logrado. Desde aquí agradecerles públicamente a ambos su colaboración en esta aventura, espero que lo pasaran igual de bien que yo, y desearles que cumplamos con el objetivo que les propuse: en las próximas ediciones seguir haciéndolo por relevos pero rotando para probar todos las tres partes (¡y que ellos no se equivoquen como yo!), y, quién sabe si eso será posible, al cuarto año hacerlo los tres en individual por completo.
Con independencia de que éso ocurra o no (esperemos que sí), seguiremos intentando mejorar en la natación. Es un deporte duro pero gratificante cuando ves tus progresos, y la sensación de liberar la mente y relajar tensiones mientras se practica merece verdaderamente la pena. Lo recomiendo para todo el mundo, para cada uno según su edad, tiempo disponible y condición física. Hay que tener en cuenta que, y no sólo en el triatlón, "el agua es el elemento y principio de las cosas" (Tales de Mileto).