Me imagino que la mayoría de vosotros, si no todos, habréis visto alguna vez esas figuras que, según cómo las mires, aparece una imagen u otra, o bien se forman ilusiones ópticas en las que se ven cosas que no son reales. Dos de los ejemplos más habituales os los muestro a ambos lados de este párrafo: a la izquierda el clásico dibujo en el que se puede ver la cara de una vieja o el perfil de una joven, y a la derecha las dos típicas rectas que miden igual aunque la de abajo parezca más larga.
Con las cosas que nos pasan en nuestra vida sucede lo mismo, las interpretamos de forma muy distinta según el punto de vista desde el que lo veamos. Cuando te pasa algo que te parece malo, si con el tiempo ves que, como consecuencia de ese suceso, te pasa otra cosa que es mucho mejor, gracias a la segunda ves la primera como algo positivo porque te condujo hasta la segunda. Pasa por ejemplo con un despido tras el cual encuentras un trabajo mejor, o si tras la ruptura con una pareja conflictiva se empieza otra relación más placentera.
Por este motivo, las sensaciones que tenemos haciendo deporte son muchas veces contrapuestas. Todos al acabar una prueba podemos estar contentos al llegar a meta cuando miramos a los que van llegando detrás nuestra, pero también frustrados al observar a los que han llegado antes y ya se encuentran descansando y recuperándose. También podemos sentir satisfacción por la mejora en nuestras marcas o el progreso en las distancias, pero a la vez compararnos con los que van más rápido o hacen pruebas más largas y sentirnos por debajo de ellos.
Y aunque está bien fijarse en los otros para tener referencias, no debemos de olvidar que cada uno somos un mundo aparte. Partimos de una situación inicial parecida pero no idéntica, pues genéticamente hay quienes están mejor preparados para el deporte. Cada uno contará con su propio entorno y situación familiar, económica, geográfica... que le facilitará más o menos poder acceder a un deporte u otro, si la familia y los amigos son deportistas, será más fácil que se tienda a practicarlo, y así una larga lista de condicionantes (trabajo, pareja, hijos...)
Por otro lado, a poco que busquemos, siempre encontraremos a alguien más fuerte, más rápido, más alto, más rico o más guapo que nosotros. Si nos obsesionamos con superar a los demás, resulta que son tantos que lo más normal es que aparezca alguno que nos supere. Ser el número uno está al alcance de muy pocos, es un objetivo muy ambicioso pero bastante utópico. Así que, a no ser que queramos frustrarnos, la referencia mejor y más válida debemos ser nosotros mismos, e ir comparando nuestros progresos a lo largo del tiempo.
Esto no significa que sea una solución ideal ni perfecta. El primer problema con el que nos encontramos cuando nos tomamos como referencia es la subjetividad que implica, al tener que ser juez y parte a la vez. Nuestro optimismo o benevolencia nos harán ser indulgentes, pero si por el contrario tendemos a ser exigentes y severos seremos más propensos a evaluarnos de forma negativa. Otra dificultad añadida es la distorsión que proporcionan nuestras propias percepciones y nuestro estado de ánimo, que influirán, mucho más de lo que nos imaginamos, en la interpretación de los resultados.
En mi caso personal, supongo que los que lleváis tiempo leyéndome ya me habréis "calado" un poco: soy muy extremista en mis sensaciones, paso con facilidad de la euforia al pesimismo. Me veo rodeado de contrastes por doquier: miro hacia atrás en el tiempo, y aunque no han pasado ni siquiera once meses desde que empecé a competir, me ha parecido un periodo de tiempo largísimo. Veo que he tenido un avance considerable, pero también me doy cuenta de lo mucho que me falta si quiero llegar a todos los objetivos que tengo en mente para los próximos años. He mejorado en mis ritmos, si bien aún tengo mucho margen de mejora por delante para poder decir que estoy a un nivel óptimo. He aumentado las distancias que soy capaz de recorrer a nado, en bici o corriendo, y todavía me veo lejos de las que son necesarias para afrontar retos mayores.
Y ésa es la situación en la que me siento ahora, en medio de nada y de todo, un poco desorientado, sin saber si estoy lejos o si estoy cerca de hasta donde puedo llegar, unas veces optimista como para comerme el mundo y otras abrumado ante los retos con los que todos soñamos alcanzar algún día, dudando de si estarán a mi alcance pero siempre dispuesto a luchar por seguir avanzando, porque mientras se pueda subir un peldaño habrá que hacerlo, y luego ya nos plantearemos si el siguiente es posible o no. El tiempo y las circunstancias decidirán hasta dónde y hasta cuándo durará esta aventura, (esperemos que sea un límite muy lejano en ambos casos), pero mientras tanto la viviremos plenamente, para que luego no me quede la sensación de no haber aprovechado lo suficiente mis oportunidades.